Te escribo a ti, si. Estás ahí durmiendo, soñando.
Te escribo para ver si me escuchas, si suena loco.
Te hablo a ver si me lees, en tus sueños o en una nube, en
un cirro.
Te canto a diario para ver si me bailas, como yo, en cada
acera.
Te pienso segura, confiada. Como debes ser.
Te sueño, te sueño.
A ti, mujer mía, porque eres mía desde que decidiste ser
libre.
Me conozco cada rincón de la ciudad, cada palabra rebuscada
del diccionario, cada significado de las banderas del mundo. Me sé la lista de
presidentes de países, me aprendí al caletre las constelaciones en el cielo.
Aprendí la paciencia y la tolerancia. Aprendí a comprender y
apoyar. Hablo el inglés, machuco el portugués y domino el lenguaje de señas,
así que por perdernos en uno de nuestros viajes no debes preocuparte.
Desarrollé el amor divino por cada cosa, más allá de lo que
son, sino por lo que significan. Aprendí a cocinar lo más rico del arte
culinario: la comida preparada con amor.
Me enseñaron a ser leal y también fiel. Aún no he
traicionado mi esencia.
¡Despierta, despierta! Deja de soñarme, estoy aquí.
No busques utopías, ya las busqué y no existen, créeme.
No busques en libros, ni en canciones. También busqué ahí.
¡Despierta, mi negra! Ya llegué.
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